Ella era una de las que le encantaba andar por ahí mientras su estilo
era admirado por todo viandante. Esta chica de alzacuello siempre
perfumado, cabello lizo y brilloso,
siempre trepada en tacos y rostro siempre pintado no tenia fronteras; y estaba
decidida a obtener el mundo y hacerlo suyo a cualquier costo.
Es por esto que siempre estaba pensando en lo nuevo
que compraría, para lucir a su máxima potencia al siguiente día; porque todos
los días hay que vivirlos como si fuera el último, según su abuela siempre
decía. Entrar a un lugar y ver cabezas voltear sencillamente la deleitaba tanto
como le causaba achares ver a otra chica más guapa que ella.
En uno de esos días de los que sus ánimos le insistían
a ir de compras, salió al mall con el
propósito de ser aquella victima que tanto le encantaba ser; cuando se dio
cuenta de que solo tenía $67.88 en su cuenta. No lo podía creer. ¿Cómo podía ser
posible esto? ¡Había cobrado a penas hacían 3 días! Nunca había consumido tanto
en tan poco tiempo, esta situación iba de mal en peor. Fue en ese momento en el
que sintió que alguien la miraba. Se volteó a mirar. Mejor aún, no era alguien;
pero algo: Unos hermosos zapatos negros de taco. Eran de al menos 5 pulgadas de
alto, pero no se veían del todo incómodos. Entró a la tienda percatada del
pecado que iba a cometer. Le quedaron perfectos, y salió de la tienda con ellos
puestos sin pagar un centavo.
En el resto de la semana ocurrió la misma aberración,
luego la semana de después. No la detenían, así que siguió robando mercancías.
Un día quedo de acuerdo con su hermana en recoger a su
sobrino a su escuelita. Le informaron que estaba en el área de recreo, así que allí
entró. Tan pronto piso la primera loza del cuarto, escucho un “crac”. Miro al
piso y vio un juguete de un laberinto miniatura, muy similar al que venía para
la época de los 90s. Entonces tuvo una escena retrospectiva que la hizo
recapacitar…
Cuando
tenía cuatro años, la llevaban a una escuelita en la que jugaba con unos
juguetitos en la hora de recreo. Una vez, se encariñó tanto con uno de los
juguetitos que decidió llevárselo para su casa, sabiendo que estaba incorrecto.
Ese día por la noche, estaba en el cuarto con su mama viendo una película.
Estaba pensando en lo que hizo, y fue tan grande el remordimiento que decidió
confesárselo a su mama, con sus ojos llenos de lágrimas. Su mamá la escuchó,
con una mirada cariñosa. Luego, le dijo:
“Está
bien, sabes que no lo debes volver a hacer.”
“Pero
mami, le fallé a Dios…” dijo la niña entre lágrimas.
“Pues
deberías de pedirle perdón. Habla con El” le dijo dulcemente su madre. Y así fue como le chica le pidió perdón a Dios
por robar, y le prometió nunca volver a hacerlo.
Esta joven adulta recordó esto, con la punta de los
pies en el vidrio roto del laberinto de juguete en el piso. A veces, alumbramientos
como este llegan inadvertidos. Uno pensaría que pueden ser de Dios, del
universo, o de algún ser mágico que controla nuestro destino; nadie sabe. Sin
embargo, no muchas personas lo toman como esta chica lo hizo. La joven sintió profunda
vergüenza, des honestidad, traición de su parte hacia su madre y hacia Dios. No
se trataba de ser honesta al comercio y a las industrias, pero de ser honesta a
su palabra y con quien ella era. Fue en ese momento en el que por primera vez
recapacitó y se prometió llevar a cabo la lucha contra su propia vanidad.
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